El pasado sábado 8 de junio, un grupo de 15 intrépidos
aventureros pusimos rumbo hacia Villa del Prado para conocer a los dos afables
hortelanos cuyo sudor y cuyas manos dan forma a una despampanante finca
conocida como “la Huerta de Clarita”.
Allí nos recibieron Clarita y Francisco, que
estaban en plena faena, y nos indicaron cuál sería nuestra tarea para ganarnos
el almuerzo, ya que como buenos campesinos saben que no hay pan sin esfuerzo.
El susto pasó rápido, pues unas risas en buena compañía
siempre hacen el trabajo más llevadero, y unos puerros que pedían paso
suspiraron aliviados cuando se retiró la hierba a su alrededor.
A continuación se nos acercó Clarita, que con su carisma y
buen humor nos ganó enseguida y no le costó unirse al cachondeo. Nos acompañó a
un paseo por toda su finca, y nos mostró sus distintos métodos para reducir en
tratamientos, fundamentalmente basados en la asociación. La cebolla es uno de
sus mejores aliados, y no duda en mezclarla con casi cualquier cultivo, para
que éste último se beneficie del azufre que la primera despide de manera
natural, librándole de enfermedades y ahorrando al agricultor sulfatar el
cultivo. El tagete es otra planta a tener en cuenta, ya que la araña roja,
plaga que suele afectar a cultivos como el tomate, prefiere colonizarla a ella
cuando se encuentra a poca distancia de estos, para alegría de los amantes del
gazpacho.
La visita continuó con los frutales, los cerdos vietnamitas y las
innumerables gallinas que escrutaban a los forasteros en busca de manos
generosas de alimento.
Finalmente, conocimos a las ovejas que pastan por el
lugar, aunque la mayoría no fueron demasiado cálidas en el recibimiento,
sospechamos que huyeron ruborizadas porque acababan de esquilarlas. Sin
embargo, un corderillo que hubiera despertado la ternura en el mismísimo Ulises
se acercó a darnos la bienvenida para ser recibido entre abrazos y caricias.
La presencia de animales es fundamental para una agricultura
que busque independizarse de tratamientos industriales, gracias a sus labores
de desbroce, a su aporte de estiércol y a que pueden completar su alimentación
con los productos de la huerta que no son comercializables. De esta manera, se
aprovecha todo y no se generan residuos, porque como decía John Seymour: “En la
finca autosuficiente no se desperdicia nada. El basurero no debería pasar
nunca”. Además, los alimentos que proporcionan son de una calidad que haría
soñar a cualquier cliente del Mercadona.
Para rematar la mañana, disfrutamos de una comida que
prepararon nuestros anfitriones, y continuamos la jornada entre carcajadas.
Cuando nuestros estómagos hubieron reposado lo suficiente,
uno de nuestros compañeros marcó el paso al ritmo del pito castellano (no
penséis mal, que es un instrumento popular tradicional) hacia el río Alberche.
Allí, dejamos que sus rápidas y gélidas aguas nos arrastrasen río abajo una y
otra vez, hasta que sonó una dulzaina y nos juntamos todos a bailar una danza
típica italiana: la Tarantela.
De regreso a la finca, Clarita y Francisco nos tenían
preparado un cierre de cinco estrellas, nos volvimos a unir en torno a una mesa
para merendar y charlar. Las risas siguieron sucediéndose, pero también
conocimos las tristes circunstancias por las que a veces pasa un proyecto de
este calibre. Trabajar en el medio rural es hoy más complicado que nunca,
debido a una Administración que favorece con ayudas y subvenciones la presencia
de cada vez menos agricultores y ganaderos con cada vez más tierras bajo un
tipo de explotación cada vez más mecanizada. Esto no es nuevo, las trabas
burocráticas no han hecho sino aumentar, y el pequeño productor que se deja la
piel y la ilusión se ve cada día más asfixiado por tasas y controles que,
camuflados bajo pretextos “bienintencionados”, no hacen sino beneficiar al
latifundio y acelerar la ya rampante despoblación rural. Más allá de
demagógicas campañas políticas que, como siempre, se desgañitan prometiendo
previamente a unas elecciones, la realidad golpea al campo con toda su crudeza.
Es necesario tomar conciencia, y apostar por el consumo
local y de temporada, pues sólo mediante el contacto con el hortelano local podemos
conocer aquello que nos metemos en la boca, ya que los sellos ecológicos que
acompañan la verdura del supermercado cada vez nos dicen menos. Además,
estaremos ayudando a quienes, desde la modestia, buscan vivir del campo sin
recurrir a la agroindustria, de la que ya atisbamos los efectos de su enorme
destructividad. Así, sentiremos también que nuestras tierras son un poco más
nuestras, y que no pertenecen a los burócratas de turno que dan órdenes desde
su sillón en Bruselas. Necesitamos tomar responsabilidades con la confianza
puesta en la gente común y no en las instituciones, que ya han tenido
suficientes oportunidades y han respondido con abandono.
A pesar de todo ello, “la Huerta de Clarita” es un auténtico
ejemplo de que con pasión, esfuerzo, perseverancia y espíritu positivo es posible
vivir de la tierra. Esta pareja de hortelanos son una referencia para todos
quienes pretenden recuperar estos oficios cada vez más en desuso que, por otra
parte, serán progresivamente más necesarios en el futuro (y lo son en el
presente).
Desde “la Odisea de Tetuán” queremos agradecer la
hospitalidad y la alegría de Clarita y Francisco, y decirles que si nos vuelven
a invitar ¡no nos lo perderemos!
Un abrazo a todos los participantes, nos vemos en la
próxima.